19 mar 2018

LA SOLEDAD DE DON CAMILO

















LA SOLEDAD
Una joya literaria en el día de S José.



"Siempre pensé – y llevo muchos años diciéndolo – que el precio de la independencia es la soledad, la beneficiosa soledad que sedimenta los posos del alma y decanta los humores, los temores y las inclinaciones. Nada puede hacerse sin soledad, me decía Picasso, y tan sólo en la fecunda soledad germina la minúscula simiente de la obra de la que uno puede no avergonzarse demasiado cuando suena la hora de la muerte que ya se ve venir. Todo lo demás son arbitrios de vividor y fintas de tramposo de timba de pueblo; da pena decirlo, pero la mayor parte de los falsos solidarios que fingen buscar la más solemne y huera hermandad con los pobres, con los enfermos, con los derrotados, con las víctimas, con los perdedores, no van mucho más lejos de la sombra de los veleidosos y administrativos tahúres que quedaron dichos. (Si mis palabras quedan, no más que en apariencia, innecesariamente duras, pruébese a suavizarlas sin amansarlas ni desvirtuarlas.) A medida que los años pasan batiendo y arrugando y curando los azotados y perplejos cueros del escritor, en su alma va enraizándose la socorrida y reconfortadora idea de que la soledad acompaña más que ninguna otra situación. No hay peor solitario que un preso en la galería de la cárcel o un académico aburriéndose en una junta en la que nadie sabe de lo que se habla, o un fraile obligado a vivir en una comunidad de la que quisiera huir como gato escaldado. Y para nadie puede haber mejor compañía que la propia conciencia parapetada en el fortín de la soledad que jamás abdica. Hay una farsa pseudopolítica que disfraza de solidaridad lo que no es más que una cortina de humo para ahuyentarnos de la visión de la desgracia, y contra ella debamos levantar, para que nos guarezca caritativamente, la muralla china de la más absoluta soledad. El gran premio, que no el castigo, de la independencia es la bienaventuranza de la soledad, ese don del que sólo pueden gozar los fuertes a quienes Dios señala con su dedo certero e inexorable.
Escribo en las vísperas de la Navidad, a doscientos pasos de la casa en la que nací y frente a la colegiata en la que me bautizaron y el cementerio en el que, con suerte, podrán reposar mis huesos algún día. Mi familiar paisaje me da cierto sentido de la más rara clave de la soledad, ese sentimiento que siempre emparenté y emparejé con la independencia. Es saludable y reconfortador sentirse independiente y no hocicar ante las tentaciones y los cantos de sirena de los falsarios. Pido perdón por mi optimismo.



Chevi Sr.

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