Mostrando entradas con la etiqueta Academias militares.. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Academias militares.. Mostrar todas las entradas

7 may 2013

Disertación sobre la formación, a finales del XIX, de los futuros oficiales de caballería.




LA CABALLERÍA EN NUESTROS DÍAS

Academias Militares 

Sobre un punto escabroso y muy difícil vamos a disertar ahora, aunque sea para tratado así de paso; pero sin que entremos á fondo en la cuestión, sin que nos propongamos detallar un plan de estudios ni menos analizar la marcha de la Academia donde hoy reciben educación nuestros oficiales, procuraremos, sí, poner de relieve algunos defectos que creamos deban ser corregidos, emitiendo para ello nuestra opinión franca y sincera; que si como todos los militares proclaman en voz alta, hace falta dotar al Ejército de armamento moderno, artillar y poner en estado de defensa nuestras plazas y colonias, es decir, reunir poderosos elementos de guerra en el orden material, no lo es menos el crearlos en el orden moral, formando el hombre de guerra con varonil entusiasmo, anhelo de gloria, desinteresado amor á la Patria y verdadero espíritu y educación militar. 

«La educación, instrucción y sanción de la amplitud de la juventud que ingresa en la carrera por la clase de oficiales—decía el general Letona—es de un interés tan fundamental, tan extenso y tan constante, que no hay otro alguno que tenga más importancia y trascendencia entre todos los que se conciertan para llenar el objeto de la institución.» 

Los alumnos que estudian para ser nombrados oficiales, son, en efecto, no sólo los encargados de preparar y aleccionar para el ejercicio de la profesión los contingentes de hombres que el país presta para el servicio militar, y de acompañarlos y dirigirlos en la paz y en la guerra, sino que constituyen el plantel de los generales que han de organizar los Ejércitos, que han de mandarlos en campaña y que, por consiguiente, personifican en su mas elevado y más absoluta expresión la autoridad, la ciencia, el espíritu, la experiencia y los intereses todos del Estado a que responde la institución militar. Todos los defectos orgánicos y los vicios de la práctica pueden esperar correctivo en el porvenir de un Ejército en que el germen de su oficialidad se desarrolle inspirada en los principios y con los hábitos que deben caracterizar su perfección; pero nada puede impedir su degeneración y el aniquilamiento, cuando la infección viene de la savia misma. 

Las Academias o Colegios de enseñanza para el oficial son, pues, racionalmente, los centros mas importantes y dignos de fijar la atención al tratar de las instituciones militares de un país culto, procurando siempre conservar y aumentar ese espíritu de honor, de desinterés y de amor á la Patria, por cuya integridad e independencia debemos estar siempre prontos a sacrificarnos, y evitar los escollos en que irremisiblemente tienen, a nuestro modo de ver, que estrellarse los partidarios de los dos sistemas de educación que hoy dominan, de no modificar su temperamento; pues si peligros tiene la instrucción puramente científica porque los oficiales de mucha ciencia y poca práctica entrarían en los cuarteles imponiéndose, sí, por el derecho de suficiencia, pero rozándose con todas las extrañezas y repugnancias propias a ciertos servicios mecánicos, por creerse muy superiores al cargo y mirarlo hasta con desdén, que es mucho peor que descuidarlo, no los tiene menores el sistema contrario de formar sólo soldados obedientes, pero incapaces para que la razón presida en todos sus actos, y poder sacar partido de los valiosos elementos que nos suministra la ciencia. Por eso hay que atemperarse a la realidad; estudiar el problema a través del prisma de la ciencia y de la práctica; ceñirse a las circunstancias, respirar el medio ambiente en que vivimos, y sin idealidades ni pesimismos exagerados, como decía un ilustrado general del Arma, «no subir el tono de nuestras pretensiones más alto de lo que el pulmón y la garganta nos permiten», y si se reconoce que el sistema colegiado no sirve hoy, adoptar cuando menos el acuartelamiento donde todos entren en edad a propósito para imponerse en el servicio militar, coman en el mismo mantel y duerman bajo el mismo techo, bases principales de un buen compañerismo. 

Hay que huir por igual de las exageraciones; no creer en absoluto como dice un general inglés,— por otra parte de competencia indiscutible y práctico como nadie en todo lo que á la guerra se refiere por haberla dirigido en toda clase de terrenos y climas,—que los mejores oficiales de Estado Mayor que había conocido no habían sido siempre los números primeros de sus promociones, y por lo tanto, los que más se habían distinguido en el terreno de la ciencia, sino los que vulgarizando los principios de ésta, modificándolos cuando la práctica lo aconsejaba, eran además sobresalientes jinetes, hombres de salud a toda prueba y de iniciativa y arrojo nunca desmentidos; ni la teoría de otro general español, también práctico y de competencia indiscutible en el Arma que decía: que aplicando ese principio á la Caballería, que es el Arma de las energías siempre acompañadas de éxitos había que olvidarse un poco de las ideas modernas sobre instrucción de oficiales á quienes quiere presentarse como necesariamente maestros de topografía, inteligentísimos en estadística y de tal modo versados en ciencias auxiliares que recompongan ferrocarriles y establezcan en dos horas líneas telegráficas; cosas que si no iban acompañadas de aptitudes en hombres y caballos para trotar y galopar tres horas y cargar á fondo con brío y sangre fría para aprovechar los accidentes del terreno, sin perder la cabeza a la primera contrariedad no prevista, nada les ha de servir el saber formar croquis bien dibujados ni la facilidad para manejar una locomotora o recomponer una linea telegráfica.

Sin que dejemos de reconocer un gran fondo de verdad y de observación en esas teorías, nosotros estamos por los términos medios; es decir, porque no salgan de esos centros los oficiales con tantas pretensiones, que juzguen ridículo y hasta crean se rebajan al prestar los servicios todos de su clase, ni que tampoco sean tan ignorantes que no sepan dignamente ocupar su puesto en sociedad y dentro de la familia militar. Y para ello, sin que como he dicho, entre a fondo ni pretenda hacer un plan de estudios, sí diré, que debiera abrirse un concurso de obras para nuestra Academia, formando un tribunal de aceptación compuesto de jefes y oficiales de prestigio dentro del Arma. Y no digo esto porque las obras que hoy sirven de texto sean malas, no, que no he de criticar lo que quizás no entienda, y desde luego declaro que para mi todas son excelentes; pero que con ser tan buenas, tan extensas y  tan acabadas, resultan en parte deficientes en cuanto a la aplicación, a la especialidad,—si se me permite la frase, por creerla más gráfica—que han de tener sus estudios en el Arma, y con exceso para los que precisa saber el oficial de Caballería; que si bueno es que tenga los conocimientos generales  de las materias que forman hoy el plan de estudios,  no por eso precisan en algunas de tanta amplitud ni menos en otras coartar la inteligencia, el desarrollo de esta facultad que tanto precisa el oficial de Caballería, para tener soluciones en todo momento, y a cuya práctica sólo se llega después de vencer las dificultades inherentes á las teorías del cálculo, y de una racional disquisición por el campo de los conocimientos humanos. 

Como una de las bases principales para ser buen oficial de Caballería es el conocimiento del caballo; como un oficial de Caballería para ser bueno, tiene por precisión que ser un excelente jinete, entendiendo por tal no sólo el que se tiene y domina el caballo, sino el el que reune todos los conocimientos y condiciones para ser considerado como excelente caballista—y bueno será añadir que el arte ecuestre no puede aprenderse en los libros, sino que se necesita la dirección, la vigilancia y los consejos de un buen profesor, y constante, pero muy constante práctica en su ejercicio,—de aquí que esos conocimientos y prácticas han de ser constantes y continuas en toda Academia o Colegio de Caballería. 

Al oficial que sobre su corcel de guerra no esté con la misma tranquilidad de espíritu y serenidad de ánimo que en el acto más trivial del servicio interior del cuartel, mal podrá llenar sus funciones, y como decía el general Galvis en su Opúsculo al Arma, si no sabe montar, de nada han de servirle la ciencia y los estudios. 

La cuestión principal de un general en campaña no estará en el caballo ni en las armas, sino en la cabeza, que es la que enseña cuando debe servirse de unos y otras; pero tratándose de un oficial de Caballería, la cosa varía, y aquél que mejor se revuelva a caballo, salte, corra y haga alto en todo caso y jamás se preocupe de su cabalgadura, sino que la domine por completo, tendrá más ocasiones de distinguirse, responderá siempre bien a cuantos servicios se le exijan, y podrá desarrollar sus aptitudes y llevar a la práctica sus conocimientos, manejando con acierto, precisión y oportunidad sus tropas ante los movimientos y disposiciones del enemigo. 

En las Academias o Colegios militares no sólo vamos á formar el hombre de ciencia, sino que también nos precisa formar el hombre de guerra; es decir, que debemos aspirar á formar el militar instruido, sí; pero con todas las condiciones que le son necesarias para soportar las fatigas, las penalidades y las privaciones inherentes a tan penosa carrera, que si se hallan en parte o en todo, recompensadas con la distinción que la Patria nos dispensa al confiarnos su honor, y con la satisfacción y legítimo orgullo de que sea considerada nuestra carrera como una religión de hombres honrados, hace falta que mantengamos siempre enhiesta la bandera, y que por su prestigio y por conservar todos esas virtudes luchemos constantemente; cuidando de que por abandono, dejadez o falta de virilidad para señalar los defectos, labremos nuestra ruina. 

Las Academias militares, pues, no sólo han de ser centros de enseñanzas, sino vivero de los futuros oficiales, en donde a la vez que ciencia, adquieran varonil entusiasmo por la carrera; espíritu militar; compañerismo, que llegue hasta la fraternidad; hábito de sujeción, por medio del cual prescindan, si es posible, de la voluntad; anhelo honrado de gloria, para llegar al sacrificio; ideas de caballerosidad y de pundonor llevadas hasta la exageración, si es que exageración pudiera caber en la posesión de esas cualidades inherentes a todo militar español; y por último, desprecio a la muerte cuando la sangre tenga que verterse en el altar santo de la Patria; virtudes que son la base de toda buena disciplina y que en tan alto grado han de poseer todos los que se afilien en una carrera como la nuestra, toda abnegación, toda heroísmo, y en la que debemos estar prontos a sacrificarnos por el buen nombre del compañero, por el prestigio del uniforme y por el engrandecimiento de la Patria, cuyo honor se nos confía. 


EL CORONEL RICARDO CARUNCHO
Cor. de Caballería
 Novelista y autor teatral
Periodista y articulista
  Dtor. de varias publicaciones



Fuente:
Artículo publicado en La Correspondencia militar. 30/9/1897, n.º 5.988, página 2.



Guillermo